Por Yoshua Oviedo

Estos productos comunicativos han sido escritos por profesionales costarricenses que han participado en el Laboratorio de crítica cinematográfica del CRFIC. Las opiniones aquí reflejadas son exclusivas de los críticos y no necesariamente representan la posición del festival.

Gaza, enero de 2009. Las Fuerzas de Defensas de Israel (FDI) atacan la zona civil de la calle Zeitoun, asesinando a 21 miembros (29 según las víctimas) de la familia al-Samouni, que se encontraban recluidas en una casa. Estos son los hechos que se conocen como la Guerra de Gaza entre 2008 y 2009, y que llevó a una Misión de Investigación de las Naciones Unidas que se extendió desde abril hasta setiembre de 2009. La Misión fue encabezada por Richard Goldstone, quien en su informe determinó que tanto el FDI como grupos palestinos militares habían cometido crímenes contra la humanidad. Israel rechazó la acusación del informe y esto llevó, en 2011, a que Goldstone se retractara de sus conclusiones. Acto seguido, los coinvestigadores de las Naciones Unidas que redactaron el informe, repudiaron la postura de Goldstone.

En ese contexto, el documentalista italiano Stefano Savona decide viajar a Gaza para filmar Samouni Road (2018) y retratar a los sobrevivientes del ataque. No fue el primer viaje del director, quien ya había filmado Plomo fundido (2009), nombre de la ofensiva militar israelita que se conoce popularmente como la Guerra de Gaza. Ese primer documental tenía un estilo más “guerrillero”. Savona pudo entrar al campo armado y empezó a grabar. En este segundo trabajo, hubo mayor planeación y preproducción.

De esta manera, Savona logra conjuntar archivo fílmico tanto de 2009 como del presente, para realizar una crónica de lo sucedido a través de la voz de una de las sobrevivientes: Amal. La película inicia con ella diciéndole a la cámara que no sabe cómo contar una historia. Sin embargo, poco después ya se encuentra hablando de su familia, de los árboles que había en la zona y el filme empieza a desplegar su contenido.

Antes de hacer cine, Stefano estudió antropología y arqueología. De ahí su reconstrucción etnográfica de los acontecimientos. A través del lente, el espectador conoce el terreno polvoriento en el que viven, se percata de las incesantes moscas que igual revolotean la comida como los rostros de los protagonistas; aprecia el interior de las casas, el ritual familiar de concentrarse al frente del televisor y hacer vida común en una gran sala de pisos cubiertos por alfombras; se observa la escasa vegetación y, en primer plano, se introducen a los protagonistas.

La decisión del realizador de encargar a Simone Massi, ilustrador y director de animación, la conceptualización y ejecución de las secuencias narradas por los miembros sobrevivientes: anécdotas familiares, suras de El Corán y los ataques del FDI; potencia el filme y le confiere un carácter poético.

Las animaciones de Massi acentúan las emociones y se conjugan armónicamente con el relato, aunque también expresan la inestabilidad de los protagonistas a través del constante tintineo de las imágenes, y las líneas cruzadas con las que dibuja los cuerpos recuerdan las cicatrices físicas y psicológicas que les han marcado. Por su parte, el grosor del trazo enfatiza la rigurosidad de las condiciones de vida. También es importante señalar que las animaciones son en blanco y negro, lo cual contrasta con las acciones en imagen real filmadas a color. Conforme el filme avanza y se van revelando los trágicos hechos, las animaciones van tornándose más oscuras, más pesimistas.

El otro recurso técnico al que recurre Savona para completar la película es el de imágenes generadas por computadora. Estas recrean el punto de vista de un dron, que desde el cielo captura las imágenes de la casa donde se encontraban los al-Samouni. Estas secuencias se recrean a partir de los testimonios de la propia familia, registros militares y declaraciones de los miembros de la Media Luna Roja que socorrieron a los sobrevivientes.

Se tratan de imágenes que recuerdan a los juegos de rol, con un punto de vista en primera persona, voz en off, visión nocturna y que de cierta manera crea una barrera entre el espectador y los hechos, al colocarlo desde una distancia, con el punto de vista de la FDI, pero sin que el director nunca los entrevistase. Esta decisión resulta algo problemática, porque la línea documental se pierde para dar paso a una ficción de los hechos, ante lo cual surge la pregunta: ¿para quién está filmando Savona?

Al cambiar el punto de vista se pierde parte de la conexión emocional que los trazos de Massi habían logrado, ya que las partes simuladas con CGI no tienen la misma intensidad. Algo similar sucede con las escenas de acción real. Estas resultan algo repetitivas y van decantando hacia un punto de vista más político, primero al mostrar la ciudad en escombros y, luego, cuando expone las intenciones de los grupos extremistas Hamas, Yihad y Fatah, que desean utilizar la tragedia para fines propagandísticos.

Este último segmento se percibe más periodístico y cambia nuevamente el tono del documental, principalmente cuando muestra a un niño sobreviviente y se infiere que puede llegar a ser un futuro combatiente. Asimismo, Amal va perdiendo protagonismo hacia el final y las expresivas animaciones de Massi desaparecen.

País: Italia–Francia

Año: 2018

Título original: La Strada dei Samouni

Dirección: Stefano Savona

Etiquetas: 
7CRFIC, Crítica