Por Luciana Gallegos

Estos productos comunicativos han sido escritos por profesionales costarricenses que han participado en el Laboratorio de crítica cinematográfica del CRFIC. Las opiniones aquí reflejadas son exclusivas de los críticos y no necesariamente representan la posición del festival.

"La leyenda oscura que se ha creado a nuestro alrededor se debe principalmente a la ignorancia. Son ignorantes quienes temen a una comunidad que permanece pura y aislada" — Frases enunciadas al inicio de La casa lobo por el narrador, figura que representa a Paul Schäfer, fundador de Colonia Dignidad.

 

I. Las inspiraciones

En 1961, Paul Schäfer, un exmilitar nazi acusado en Alemania por abuso sexual de menores, llegó a Chile e instauró la Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad, luego conocida como Colonia Dignidad, un enclave perverso habitado principalmente por alemanes. El espacio, además de estar rodeado por una valla con alambres de púa, contaba con otras medidas de protección, como una torre de vigilancia y perros guardianes. Según archivos desclasificados en el 2016, los pobladores de Colonia Dignidad —lugar que actualmente se llama Villa Baviera— eran aproximadamente 300, entre los cuales se incluían niños chilenos huérfanos. Durante sus casi 40 años de funcionamiento, la colonia fue el escenario de abuso sexual, trabajo forzado, tratamientos con psicofármacos o electroshock para las personas “difíciles” y fabricación de armas. A partir de 1973, en medio de la dictadura de Pinochet, ese espacio fue utilizado como centro de detención y tortura, y eventualmente se encontró una fosa con cadáveres de desaparecidos. Un eslogan escrito en un cartel colgado en las oficinas del enclave: “silencio es fortaleza”.

Joaquín Cociña y Cristóbal León, directores, animadores y escritores chilenos —quienes manejan la productora cinematográfica Diluvio junto con Niles Atallah, su director de fotografía en las obras Lucía (2007) y Luis (2008)— encontraron inspiración para su primer largometraje, La casa lobo, en ciertos detalles del caso de Colonia Dignidad. Primero, las historias de personas que habían escapado o intentado escapar. Segundo, la existencia de un archivo fotográfico y fílmico en el cual se encuentra, según afirma León, “material documental o falso documental que la colonia producía para proyectar una imagen idealizada de la vida al interior de la secta”. Tercero, la palabra que los colonos supuestamente utilizaban para referirse a los chilenos: “schweine” (cerdos). A partir de esos elementos, sumados a referencias estilísticas que van desde los cuentos de los hermanos Grimm hasta La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel, Cociña y León construyeron una fábula perturbadora: “nos imaginamos ser la productora de Colonia Dignidad, que hace películas para que los niños no se escapen, como una especie de Walt Disney”.

II. El proceso

La creación de La casa lobo tardó cinco años. Cociña y León crearon cada uno de los cuadros de la película; para cada segundo de los 75 minutos de duración, fueron necesarios 12 cuadros. La producción fue financiada por medio de becas de residencia para artistas tanto en Latinoamérica como en Europa: Casa Maauad en Ciudad de México, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y el Museo de Arte Contemporáneo en Santiago, entre otros. Ser recibidos por tales instituciones les permitió ahorrar en gastos de viajes y alquileres de espacios para trabajar. A cambio, los visitantes de los museos o las galerías donde ellos se instalaban podían verlos trabajar, algo que los realizadores apreciaban: no crear en soledad durante tanto tiempo. Para mantener ciertos lineamientos claros a través de los años, los directores se impusieron un decálogo con reglas como “es un plano secuencia”, “la película trata de ser normal (normal significa que sigue una narración lineal)” o “es un taller, no un set”. Esta última regla refiere al deseo de que en el resultado final se noten las imperfecciones, los trucos, el proceso de creación.

III. El resultado

Como en sus cortos Lucía (2007) y Luis (2008), en este largometraje los directores utilizan animación stop motion con sets a gran escala donde movilizan muebles, esculturas hechas de papel maché, y pintura sobre paredes, vidrio u otros objetos. La casa lobo es una película en destrucción y reconstrucción continuas. Cambian los materiales, la apariencia de las figuras (animales o humanas) y el tono, que transita entre lo ingenuo y lo perverso. Y el dinamismo no es solo visual. Sin descanso, se escuchan zumbidos del bosque en la noche, materiales crujiendo, gruñidos o aullidos de lobo, cantos angelicales, la fricción entre superficies que se raspan, como uñas en una pizarra.

La casa lobo comienza con (aparente) material de archivo sobre una colonia de alemanes instalada en Chile. Es una comunidad idílica, nos afirma el narrador, un hombre que habla en español con acento chileno-alemán y se describe a sí mismo como el “pastor” (al decir eso, en pantalla vemos a un perro pastor alemán, seguido por una toma de ovejas). Cuando finaliza el infomercial, comienza el cuento de horror: cansada de recibir órdenes y castigos, María se escapa de la colonia, y se esconde en una casa en el bosque. Ahí encuentra a unos chanchitos (“schweine”), quienes luego pasan a ser niños de cabello y ojos oscuros, para finalmente convertirse en niños con cabello rubio y ojos claros. María tiene miedo de ser encontrada por el lobo. Mientras tanto, le enseña a los excerditos, Pedro y Ana, etiqueta sobre la mesa:  “¿Saben cómo se pone una mesa? ¿Saben lo que es una mesa? ¿Cómo se ponen los brazos, Ana? ¿Cómo se toma la sopa, Pedro?”. El ambiente en la casa se hace cada vez más siniestro. Y al final, María regresa a la colonia.

País: Chile-Alemania

Año: 2018

Título original: La casa lobo

Dirección: Joaquín Cociña-Cristóbal León

 

Etiquetas: 
7CRFIC, Crítica