La directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán inicia su largometraje “Alba” como su proyecto de tesis para graduarse como directora en la Universidad de San Francisco en Quito, Ecuador. La rigurosidad con la que cuidaba la propuesta requirió de 7 borradores, 3 editores y varios directores de casting que buscaron entre 600 niñas a la actriz principal que daría vida al viaje emocional que es la preadolescencia.

¿Cómo fue ese proceso de creación del guión?

El proceso de escritura del guión fue un proceso muy lindo que tomó como dos años y medio. Un proceso de distancia, de volver a leer, que cada vez sea más honesto. Hasta que al escribir el último borrador, el de rodaje, vi un salto grande de entre los otros y me hizo sentir lista para grabar. Fue un proceso de búsqueda de lo que en verdad quería decir, edité con tres personas diferentes y no tanto porque la peli no funcionara sino más porque me dio una vuelta grande y tuve que volver al guión. La última versión de la película era mucho más parecida al guión que la primera, entonces fue casi como una maestría para mi.

¿De donde tomaste los insumos?

Yo ya había hecho tres cortos antes y en los tres abordaba la preadolescencia; hay algo que me parece entre ternura y dolor fascinante de los 11 años, que es como este tiempo en que empiezas a tomar conciencia  de quién eres, te ves a ti misma desde afuera. En esa edad pierdes una libertad que tenías cuando eras niña. Entonces es un proceso que tiene mucha belleza y también mucha angustia. Esa mezcla se sentimientos me intriga y fue el motor para hacer esta película. Por otro lado la relación padre-hija era algo de lo que quería hablar hace mucho tiempo, estos dos personajes raros que no encajan, rodeados de una cierta “normalidad” a la que quieren pertenecer.

Leí que es una obra que considerás muy personal, ¿es autobiográfica de alguna forma?

Yo siento que la película es muy muy personal, no porque sea autobiográfica,obviamente hay cosas que sí me pasaron a mi directamente pero hay otras que no. Pero es personal, personal en el sentido de que son sensaciones que se me han ido acumulando mucho tiempo, cosas que he visto muy de cerca, cosas que he soñado. Sale muy de dentro mío, aunque no necesariamente yo sea Alba.

Me contaste que la película se editó durante mucho tiempo…

Fueron tres editores, un editor ecuatoriano, un editor peruano y un editor mexicano. Viajé, pasaron muchas cosas en ese tiempo. Los disfruté.

¿Por qué buscaste estos editores? ¿Qué te dio cada uno?

Con el primer editor creo que lo que encontramos fue momentos de actuación, elegir juntos los mejores para la película. Eso era muy importante para mi, tratar de encontrar en los personajes la naturalidad extrema. Además, ya venía la película con que casi todo sea en primer plano o planos cerrados y con el primer editor apoyamos mucho esa decisión. Siento que no lo logramos porque la esencia de la película y la parte emotiva estaba totalmente anulada y por eso paramos. Así que con los siguientes editores fue más encontrar de nuevo esta edición y esta esencia de la película, la emoción, no dejar todo lo que era tierno fuera de la película. Y con el último editor, fue un proceso muy lindo porque la película maduró muchísimo: este telar de emociones invisibles que se van tejiendo hasta que te llegan se construyó de una manera muy sutil y muy acertada.

¿Y en relación con la producción?

Yo trabajé con Isabella Parra, la productora de la película desde el principio y que es una gran productora en Ecuador, tiene bastante experiencia, aunque también es bastante joven; tiene mucha visión. Ella piensa mucho en las estrategias de la película y hacia dónde llevarla, porque hay muchos caminos, pero desde el desarrollo fuimos pensando muy bien todo y fuimos levantando fondos en el Consejo de Cine de Ecuador. Ganamos premios de guión, redacción, desarrollo y fondos para postproducción. No es una película cara, costó 450 mil dólares, pero si nos tomó su tiempo levantar esa plata.

¿Cómo ves esta película dentro del contexto cinematográfico de Ecuador?

Yo siento que ya hay exponentes del cine ecuatoriano de otra generación a la mía, como Sebastián Cordero, que son directores que ya han hecho un camino, pero a pesar de eso, nuestra cinematografía es mucho más joven que la de Perú o la de Colombia. Siento que también tuve la suerte de empezar a hacer cine en un momento en el que coincidió que ya teníamos una ley de cine en Ecuador y habían estos fondos concursables. La película ha sido bastante valorada en Ecuador, y creo que es una de las primeras películas en el país que trata de esa relación padre e hija. Es una desventaja no tener una gran cinematografía ni muchos referentes, pero también es una ventaja porque hay un silencio para crear y no hay un camino tan trazado que tiene un espacio que te permite escuchar una voz más propia y sin tantas reglas de juego ya marcadas por otros directores.

Además has tenido una trayectoria en festivales muy prestigiosos ¿Cómo te acercás a estos circuitos?

Es súper impresionante, porque estás en un momento en un parque escribiendo sobre algo qué te pasó a ti y de repente estás en un festival súper grande viendo la película con 700 personas, y de pronto empieza a recibir premio de jurado y de público. Siento que la película cumplió para mi un ciclo de una manera linda porque llegó a gente que es muy aficionada del cine, que es muy sensible con una cultura visual más desarrollada, y también a gente de un pueblito en Alemania que fue ese día a ver la película y la conmovió. Y cada premio que hemos recibido ha sido un impulso grande, un regalo. Es hasta que terminas la película y ves el impacto que puede tener que miras que hay algo más grande que te impulsa a seguir creando.

La película conectó con la gente y eso puede tener relación con la intimidad de la que hablás…

Eso me di cuenta, que entre más adentro vi, más universal fue la película.

El casting sumó a  600 niñas, ¿cómo fue ese proceso?

El casting duró unos 4 o 5 meses; fue un proceso fuerte y largo, en el que hubo varios directores de casting, muchos colegios. En ese tiempo aprendí mucho sobre niñas de esa edad también, porque estaba rodeada de ellas todo el tiempo. Cuando llegó Macarena, creo que lo que ella tenía era algo hipnótico frente a cámara; al menos para mi, personalmente los actores y los personajes son el 60 por ciento de la película. Tener unos personajes con una energía fuerte y un mundo interior muy rico que se pueda ver en pequeños gestos, eso es lo que  yo quería porque la película es muy silenciosa y si no tenía esos personajes no creo que la película se hubiera sostenido. Macarena es una niña muy inteligente y muy madura, pero a la vez, cuando la encontré era una niña, porque cuando tienen 11 o 12 si es que empiezas a verte a ti misma y a preocuparte por si eres linda o si encajas, ya no puedes lanzarte a hacer una película sin vergüenza. Ella tenía esas dos cosas para mi, era muy libre, pero con la madurez suficiente para comprometerse a 5 semanas y media de rodaje en un nivel muy intenso de filmación.

Como directora, ¿cuál es el tu cine de referencia?

Hay directores que me gustan mucho, como los hermanos Bardem, Lucrecia Martel en muchos sentidos, y otras directoras mujeres como Lucile Hadzihalilovic y Lynne Ramsay que abordan este tema como agridulce. Estos referentes, cuando estaba haciendo Alba, eran más para la edición. Yo tenía 23 años cuando empecé a escribir ese guión y tenía la idea de que si veía muchas películas me iba a sentir influenciada, que es una idea un poco ingenua porque inevitablemente estás influenciada, pero yo no vi mucho cine mientras hacía Alba. Después cuando inicié el proceso de edición empecé a ver muchas películas para alimentarme de eso. Creo que fue una decisión seria porque la película siento que no es un intento de ser, si no que realmente es bastante propia.