Armando Quesada Webb

 

Una historia tiene la capacidad de acercarse a los más íntimos sentimientos de su autor y, al mismo tiempo, hacer un comentario sobre el lugar y la época donde fue concebida. Es lo que se propone “Heredera del viento”, el documental de Gloria Carrión. El resultado final es una película meritoria, pero indecisa en la forma que aborda sus distintos temas.  

 

El filme cuenta la búsqueda de la directora por llegar a comprender y superar su pasado en Nicaragua, marcado por sus padres y la Revolución Sandinista. Gran parte de la obra consiste de material de archivo, tanto de sucesos importantes en la historia nicaragüense como de filmaciones personales de la familia de Carrión.

 

Se muestra la “versión oficial” de la guerra civil, donde los rebeldes son glorificados y se presentan sus acciones como una lucha por el bien social contra un despiadado tirano. Este material, conjugado con la música revolucionaria, crea cierta nostalgia por aquella época de cambio radical en el país centroamericano. 

 

Nunca se hace una crítica directa del régimen sandinista, solo se condena a la guerra y sus consecuencias en términos generales. Es prácticamente una apología del movimiento político del que formaron parte sus padres.

 

La trama amorosa logra conmover y es la mayor fortaleza del documental. La relación nacida en medio de la guerra encuentra belleza en medio del caos. Esto se debe a que los testimonios se sienten auténticos y honestos. La obra no profundiza como se hubiera deseado en los roles políticos de la pareja después del conflicto armado, pero el acercamiento a su lado humano es efectivo. 

 

El problema es que el romance se ve opacado por la trama política y se pierde la dirección de la historia personal de la realizadora y su familia. En varios momentos de la película, se intenta conciliar los distintos puntos de vista  y cerrar heridas de la guerra, pero al hacerlo se simplifican en exceso las implicaciones del conflicto armado. 

 

Por ejemplo, cuando se presenta a los contrarrevolucionarios con música dramática de fondo, se hace como si fueran los soldados imperiales de “Star Wars” a los cuales hay que odiar, lo que resulta contradictorio con las escenas posteriores, cuando se trata de humanizar a los miembros de la fuerza sublevada.  

 

La directora intenta ir por muchos caminos a la vez y los deja casi todos incompletos, en lugar de centrarse en las vidas de sus padres y desarrollarlas apropiadamente. Además, en  el último tramo del largometraje hay un giro excesivo hacia lo melodramático, como si Carrión quisiera victimizarse ante la audiencia.

 

Es una película que se disfruta, pero cuya “tibiez” política y problemas de enfoque le impiden haber sido mejor.