Por Luciana Gallegos

Estos productos comunicativos han sido escritos por profesionales costarricenses que han participado en el Laboratorio de crítica cinematográfica del CRFIC. Las opiniones aquí reflejadas son exclusivas de los críticos y no necesariamente representan la posición del festival.

“No tengo una relación sencilla con las fronteras. Me asustan y me desconciertan [...] Su existencia es habitualmente criticada por geógrafos académicos, quienes las caracterizan como actos hostiles de exclusión. Sin embargo, ¿hacia dónde, en un mundo sin fronteras, podríamos escapar? ¿Dónde valdría la pena ir?” — Uno de los textos narrados en Extinçao,

adaptados a partir de El Imperio (1993), de Ryszard Kapuściński

En el segundo de los tres segmentos que componen Encounters with Landscape (3x) (2012) —cortometraje de Salomé Lamas, directora, escritora e investigadora portuguesa cuyos trabajos, tendientes a la hibridación, han sido descritos como “paraficciones”— se ve la cima de una montaña a la distancia. Mientras, se escucha la respiración congestionada de alguien que, parece, está caminando sobre un terreno pedregoso. La cámara no se mueve. A los cinco minutos de ver ese paisaje, de escuchar a alguien respirar y moquear, noté algo llamativo. ¿Un pequeño punto rojo en movimiento? Ah, ¡la persona que se escucha caminando! Retrocedí para volver a apreciar al puntito moverse, ahora estableciendo la relación más directa entre video y sonido. Después, cuando ya el ambiente se ha oscurecido, la caminante se resbala y, por aproximadamente siete minutos, la pantalla está en negro; escuchamos la conversación gritada entre la persona en la montaña y otra que quiere ayudarla.

Esa secuencia resume algunos de los elementos que más me han atraído del cine de Lamas. Principalmente, la sensación de tener que descifrar un código huidizo. En ocasiones esa sensación se asemeja a un juego, como en los dos primeros segmentos de Encounters with Landscape (3x), mientras que en otros momentos el ejercicio resulta más pesado: en Terra de Ninguém (2012), por ejemplo, presenciamos una ráfaga de anécdotas y reflexiones de violencia —quizá hiperbólicas, quizá algo ficticias— expresadas por Paulo de Figueiredo, soldado y mercenario con décadas de experiencia. A pesar de que su testimonio se presenta dividido en viñetas por números que aparecen en la pantalla, se produce la sensación de no tener respiro entre una afirmación sanguinaria y la que sigue.

En Eldorado XXI (2016), durante aproximadamente una hora del largometraje la cámara permanece estática, acomodada en un plano picado que permite ver el terreno áspero que cientos de personas suben y bajan. El documental es un peculiar retrato de La Rinconada, un pueblo andino en Perú a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, donde la principal actividad económica es la minería de oro, manejada bajo una modalidad de explotación llamada cachorreo, que hace imposible que miles de mineros sepan cuánto van a ganar a fin de mes. En esa toma larga vemos el movimiento de las personas y los cambios de iluminación propios del atardecer. Cuando oscurece, surge otra fuente de luz: los focos encendidos de las decenas de personas que pasan frente a la cámara. Es una hora desafiante, que ofrece el tiempo para hacerse preguntas, por ejemplo, sobre la tensión entre la apreciación de lo formal y el reconocimiento del hecho curioso de sentarse tanto rato a ver caminantes que, por lo que parece, viven en condiciones de mierda. Los proyectos audiovisuales de Lamas combinan la desorientación con la impresión de que casi cada aspecto ha sido meditado, planificado, calculado. “Me pregunto si las decisiones estéticas formalistas minimizan las posibilidades del material, o de la realidad misma —expresó Lamas en una entrevista—. Pero luego es un comportamiento que no puedo controlar. Si algo no es sólido, o limpio, en términos de la estructura, no me siento bien con la película. A veces se convierte en una obsesión”.

Otro aspecto recurrente en los proyectos audiovisuales de Lamas refiere al uso de la oscuridad. Está el caso ya mencionado de Encounters with Landscape (3x), en el que durante casi siete de los veintisiete minutos del corto la pantalla está en negro. Solo escuchamos los gritos que intercambian dos mujeres. La visibilidad reducida cuando cae la noche en Eldorado XXI. Las escenas a veces desconcertantes del mar en el corto Theatrum Orbis Terrarum (2013), donde cuesta descifrar lo que vemos y es difícil ubicarse en el espacio. Y Extinçao, un documental experimental, casi en blanco y negro, en el cual aproximadamente trece minutos del largometraje, además de los subtítulos, tan solo muestran un color azul oscuro. Los momentos azulados se dan cuando el protagonista, Kolja Kravchenko, y sus acompañantes, deben pasar las fronteras entre territorios de Ucrania, Rumanía, Moldavia y Transnistria. En una escena en particular, la pantalla permanece azul nueve minutos mientras se escucha un interrogatorio con agentes posicionados en la frontera entre Ucrania y Transnistria. En cada uno de estos proyectos, según aquello que se insinúa en el contexto particular de la película, la ausencia de luz resuena de forma distinta: la angustia de un cuerpo en riesgo, la falta de servicios básicos en un pueblo excluido, la dureza de las reglamentaciones sobre la migración humana. El efecto Kuleshov ensayado nuevamente.

Pero un momento: ¿qué es Transnistria? También conocido como la República Moldava Pridnestroviana, es un territorio ubicado entre Moldavia y Ucrania, un estado no reconocido internacionalmente (por ende, miembro de la ConIFA) que surgió a partir de los conflictos postsoviéticos. También es el lugar donde nació Kravchenko, la figura central de Extinçao, a quien Lamas presenta como una figura espectral, silenciosa, que deambula por impresionantes espacios brutalistas y escucha los testimonios de diversas personas mayores que monologan sobre mafias, el comunismo o los campos de trabajo forzado del Gulag. Casi el único momento en que Kravchenko habla es en una escena en la que, cansado, él reprocha la insistencia de un hombre que lo interroga sobre asuntos políticos, con preguntas que parecen haber sido formuladas por la directora. El resto de las escenas de Extinçao son muy variadas, y resaltan otro aspecto llamativo de los trabajos de Lamas: el sonido, en frecuente tensión con lo visual. La banda sonora del documental recuerda a la música de películas de suspenso o terror, impresión reforzada por el soplido del viento, instrumentos de cuerda, zumbidos y cantos de ópera.

Entre la sala de cine y el salón de un museo, entre “documental” y “ficción”, entre el minimalismo y el extrañamiento, las películas de Lamas entusiasman por sí solas y, además, funcionan como un enganche que invita a buscar más información sobre los contextos tan particulares que ella ha investigado, y donde ha decidido y logrado grabar. En ese sentido, Extinçao resulta un buen punto de entrada para revisar la obra de una directora sumamente prolífica e inquieta.

 

País: Portugal-Alemania

Año: 2018

Título original: Extinçao

Dirección: Salomé Lamas

Etiquetas: 
7CRFIC, Crítica